miércoles, 20 de julio de 2011

El lenguaje de la inacción


"No hacer" puede traer peores consecuencias que "hacer". El mejor ejemplo de esto es el hábito de la postergación.

Cuando sufrimos las consecuencias negativas de posponer tareas y asuntos (atrasarnos, tener conflictos con otras personas, privarnos de un beneficio, sentirnos estresados, etc...) prometemos no hacerlo más. Sin embargo, seguimos postergando. ¿Por qué?

Porque la costumbre de posponer tiene una raíz más profunda que la falta de voluntad, la pereza, o la desorganización, como suele pensarse. El origen de este hábito se encuentra en la mentalidad con la que enfrentamos las tareas y los asuntos pendientes.

Como ocurre con toda estructura de pensamiento, esta mentalidad se traduce en un lenguaje: cada vez que enfrentamos algo por hacer, resuena en nosotros el lenguaje de la inacción que nos lleva a atrasarlo. Este lenguaje está formado por un conjunto de "justificaciones" o "excusas" que damos -a los demás, o a nosotros mismos- al postergar:
"No me gusta hacerlo" No hay mejor motivo para dejar de hacer algo, que encontrarlo desagradable, dificultoso, o aburrido. Cuando posponemos una tarea, es muy probable que la estemos viendo bajo una luz negativa. Si pensamos que salir a realizar ejercicio es una "carga" y ver televisión es un "placer", lo más probable es que decidamos sentarnos frente al televisor y posterguemos nuestra ejercitación. Para vencer esta negatividad, podríamos pensar "Me gusta obtenerlo". Cuando nos encontremos enfocados en las molestias y el desagrado de un proceso, pensemos en los beneficios del resultado de ese proceso. Correr puede no ser muy divertido, ni cómodo... pero cuán bien nos vemos y sentimos cuando realizamos ejercicio!

"No sé por dónde comenzar" Hay tareas que por su duración, dificultad, complejidad, o tamaño nos resultan "abrumadoras". Cuando nos enfrentamos a ellas, no sabemos por dónde comenzar. Ante semejante confusión, lo más fácil es dejar de hacerlas. Frente a este pensamiento, conviene recordar el principio "Divide y conquistarás" Cuando enfrentemos una tarea colosal, dividámosla en partes y realicemos una por vez, aunque las primeras acciones no nos parezcan muy importantes.

"Debo pensarlo mejor" Las personas tendemos a convertir cada acción en una decisión. Antes de actuar, nos detenemos en nuestras dudas, inseguridades, analizamos ventajas y desventajas, planteamos diferentes escenarios, etc... Si bien es correcto considerar detenidamente algo antes de emprenderlo, en ocasiones "pensar" paraliza. Para evitar esta parálisis, podríamos decir: "Ya pensé lo suficiente" Necesitamos poner un límite al proceso de decisión y pasar a la acción porque -por más que pensemos algo una y otra vez- hay respuestas que no se encuentran en la reflexión, sino sólo en el hacer.

"¿Y si lo hago mal?" Como postergar es una manera de alejar la posibilidad de fracaso, solemos posponer aquellas tareas que suponen un desafío para nosotros, o que involucran alguna dificultad. El miedo a equivocarnos tiene que ver con nuestro afán de perfección: cuando tememos no alcanzar cierta calidad, preferimos "no arriesgarnos". Pero lo cierto es que "No hay peor resultado que ninguno." Cuando pospongamos por temor equivocarnos, pensemos que un trabajo "imperfecto" realizado es mejor que uno "perfecto" pospuesto indefinidamente. .

"Tengo mucho que hacer" En nuestro deseo de mostrarnos dedicados, responsables y capaces, solemos aceptar más tareas de las que podemos manejar. La tendencia a sobrecomprometernos es uno de los mejores aliados de la postergación. Mucho más productivo que enfocarnos en lo mucho que hay por hacer, es pensar "Tengo que hacer aquello realmente importante" Cuando nos "torturemos" pensando en la cantidad de cosas pendientes, reflexionemos sobre nuestras prioridades: ¿Qué es lo más importante? ¿Qué es aquello que no puedo dejar de hacer? Descubriremos que no tenemos mucho por hacer, sino unas pocas cosas verdaderamente importantes.

"Trabajo mejor bajo presión" Muchas veces escondemos un mal hábito de trabajo, detrás de la creencia de que hacer algo a última hora es excitante. Como pensamos que la presión nos motiva, nos ayuda a concentrarnos y aumenta nuestra productividad, posponemos una tarea hasta el límite. Pero lo cierto es que "Trabajamos mejor cuando controlamos el proceso." Dejar algo para último momento, es una forma de decirle al tiempo "tú tienes el control". Si trabajamos al límite, perdemos el control sobre el entorno (ya que existen más posibilidades de que surjan imprevistos) y sobre la calidad del trabajo (podemos cometer más errores debido a la prisa).

"Lo haré a mi propio ritmo" Cuando alguien nos pide algo, o debemos cumplir con una tarea, nos sentimos "dependientes y controlados". Para aumentar nuestra independencia y sensación de control, posponemos esa tarea hasta poder hacerla según "nuestros tiempos". Pero, más allá de que nosotros tengamos un ritmo natural de trabajo, existe un ritmo "óptimo" para cada tipo de tarea. En ocasiones, podremos tomarnos más tiempo y en otras tendremos que actuar con mayor prontitud. Por lo tanto, deberíamos pensar "Lo haré al ritmo más productivo" y respetar ese ritmo.

"No podré terminarlo" Muchas veces nos negamos a comenzar algo, porque asumimos que no llegaremos a terminarlo. Decimos: "¿para qué voy a comenzar a estudiar si jamás me recibiré?", "¿qué sentido tiene empezar hoy la dieta, si mañana tengo una fiesta?" En lugar de pensar de esa forma, podríamos decir "Puedo comenzarlo" y reemplazar la pregunta ¿Cómo terminaré esto? por ¿Qué paso puedo dar en esa dirección? Da mucha más paz mental y seguridad pensar en dar el primer paso, que en llegar a dar el último.

"Aún tengo tiempo" Pensar que tenemos "aire" para hacer algo, hace que lo posterguemos. Caemos en esta tentación especialmente frente a asuntos que no tienen un plazo. Como decía Séneca "nos quejamos de lo escaso que es el tiempo, pero actuamos como si no tuviera límites." Si de algo podemos estar seguros, es que el tiempo pasa inexorablemente. Por lo tanto, es más realista pensar "Cada vez tengo menos tiempo." Si deseamos tener más tiempo, comencemos a hacer aquello que tenemos pendiente cuanto antes, aunque no veamos un límite inminente.
Como vemos, podemos reemplazar las justificaciones del lenguaje de la inacción por las razones que conforman el lenguaje de la acción. Ambos lenguajes no son más que la expresión de creencias y emociones que construimos frente a las tareas que tenemos por delante. El lenguaje de la inacción representa barreras y conflictos internos que nos impiden actuar, en tanto el lenguaje de la acción representa impulsores, motivadores y principios que nos facilitan actuar.

Si deseamos vencer el hábito de la postergación, primero debemos comprender la mentalidad que lo sostiene y transformarla. Pasar del lenguaje de la inacción al lenguaje de la acción, es una manera inteligente de administrar mejor nuestro tiempo.

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